Laura

Laura no sabe que es el amor. Nunca la habían dicho te quiero ni había recibido ningún gesto de cariño. Su mundo se basaba en la oscuridad, en el dolor. Sus días eran grises y lluviosos. De pequeña, solían decirle que era el error más grande. Su madre le culpaba de haber roto su matrimonio y su padre desapareció una noche y no volvió. Durante la adolescencia, trabajaba en el bar de sus tío y muchos noches se encargaba de cuidar y soportar a su madre tras una borrachera.

El día que cumplió 18 años entró un hombre que la devoraba con la mirada, no dejaba de mirarla. Laura fue a atendarle. Era guapa. Incluso con esas ojeras que subrayaban su mirada. Tenía una cabellera morena, una tez morena y un océano triste en sus ojos. Además, tenía un buen cuerpo. Esbelta y alta.

-¿Qué quieres?-preguntó con la libreta preparada.
-A ti.

Laura se quedó sin palabra. ¿Qué se decía en esas ocasiones? Su boca se abrió pero ningún sonido salió de ella, la sorpresa se las comió. Aquel chico se dio cuenta de su inocencia. Sonrió.

-Veo que no estás en el menú... Pues ponme un café, pero me gustaría conocerte. Siéntate a mi lado, por favor.

Tardó en reaccionar.

-No puedo... mi tio me matará-susurró.
-¿Y esta noche estás libre?
-S... sí.

Ese día Laura no estaba concentrada. Nerviosa y feliz. A pesar de los gritos de su madre, seguía feliz. ¿Era normal? No, no lo era. ¡Pero había conocido un chico! Algunos hombres ya le habían dicho que era guapa, incluso varios sólo iban a verla. Su tío se dio cuenta que su sobrina potenciaba las ventas. Le asignó un uniforme. Ninguno le había invitado a ir de copas. Cuando terminó su turno, Laura subió corriendo a su casa. ¿Qué se ponía? Buscó una falda, siempre le habían dicho que tenía unas piernas bonitas. Encontró una minifalda vaquera y una blusa azul. También se pintó los labios.

Estaba esperándola en un banco. Debía tener ya los veinticuatro. Era moreno, atlético y alto. Laura tembló ante su imagen. Él se levantó rápidamente y le dio dos besos.
-Perdón, me llamo Sergio. Encantado.
-Yo Laura.
Pasaron, silenciosos hasta llegar a un local. ¡Laura!, se exigió a sí misma, ¡haz algo o pasará de ti! Pidieron a la camarera dos cubatas. Se lo tomó de un trago. Le quemó la garganta y bebió más. Reía, bailaba, contaba chistes y dejó su timidez, sus problemas con su identidad, lejos.

-Laura eres muy guapa-susurró Sergio-. Me gustas mucho.
-¿Cuánto es mucho?
-Ni te lo imaginas.
Su mano subió por sus piernas, por sus muslos, por su falda. Laura nunca había estado tan feliz. ¿Eso era el amor? Sergio se acercó a sus labios. Los besó con pasión, con ternura, con lujuria, con ferocidad. A Laura le temblaron las piernas, pero Sergio la tenía cogida por la cintura.
-Vámonos-. Llegaron a su casa. Se devoraban, se mordían, se deseaban. Laura cayó rendida ante su cama.

Al día siguiente cuando se despertó Sergio ya no estaba. Lloró y se odió a sí misma. ¿Por qué? ¡A ella le había gustado! ¿Por qué se lo tenían que quitar tan rápido? ¿No podía ser feliz? Cuando bajó al bar un chico con mirada lasciva se acercó.
-Amor, ¿has caído del cielo?-sonrió.
-¿Quieres que te invite?-dijo pícara-. Esta noche.

Desde ese momento Laura se abandona en los brazos de cualquier hombre. Busca el amor entre sus caricias. Olvidarse de su sufrimiento, sentirse querida. Todas las noches las pasa con un hombre. Se imagina que está casada y todas las noches hace el amor con su marido. Por el día él trabaja en una empresa y no pueden verse. A cada hombre le pone el rostro de Sergio. Y en ocasiones, los brazos de su marido no son lo suficientemente fuertes para seguir con la farsa. Esas noches los beson son furiosos y saben a sal. Nadie puede consolarla. Laura cada noche busca el amor y no lo encuentra.

1 comentarios:

Trycia dijo...

Puede parecer una contradicción de la entrada anterior a esta. Pero no sé. Hoy me ha salido esto. Hoy me ha salido Laura en mi cabeza, hoy me ha salido este tópico de chica pobre, poco querida que no nunca se ha sentido querida y que ahora se va cada dos por tres con un hombre. Tampoco considero que sea muy tópico, más bien una realidad. Alguien que no se ha sentido querida nunca, con la falta de una figura paterna y una madre que reniega de ella, es normal. Quizás me estoy refiriendo al dinero. Hay muchas como Laura, pobres o ricas. Porque el dinero no da el amor. Somos las personas quienes nos encargamos de eso.
Un abrazo!