
Apareció un anciano en la estación. Ya no estaba sola. Su rostro provisto de arrugas, huellas del pasado, de lo vivido, le sonrió. Sus ojos conferían ánimo, esperanza, simpatía. Un océano tranquilo, sin oleaje. Se sentó en uno de los asientos y ojeó un periódico que sacó de la chaqueta. Datado de 1975. No lo leía, su mirada devoraba las hojas. Qué hombre más extraño.
-¿Sabe, señorita, qué Franco ha muerto?-su voz la sobresaltó. Firme y débil, tenue y decidida.
-No señor, ¿cuándo fue?
-¿Pero usted en qué mundo vive, mujer? ¿Es qué no lee los periódicos? ¡Ayer mismo!
-Ayer no estaba yo para entarme de muchas cosas...-volvió a suspirar.
-Si me permite la intromisión, ¿por qué?
-Porque ayer estuve comiendo chocolate para ver si mi mundo volvía a sostenerse.
-¿Mal de amores, señorita?
Asintió, sonriendo tristemente.
-Muchacha, no se entristezca ni se desplome. Ese chico no te merece querida, ¡ no sabe lo que se pierde! Debe de ser un demonio, ¿cómo se le puede hacer daño a un ángel como usted?
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