Historias de amor de madrugada (1)

La estación vacía la sobrecogía. Ese vacío entraba en su cuerpo y la inundaba de una profunda tristeza. Tiritó. El vacío penetró en sus huesos. Se arrebujó en su chaqueta y se abrazó a sí misma. Sin embargo, no eran sus propios brazos los que necesitaba en ese momento. No. Y aquello la desolaba más. Dejaba atrás toda una vida. Lo dejaba a él. Suspiró, llevándose quizás, un año más de vida. Apenas llevaba equipaje, una maleta con lo necesario, lo justo para empezar de nuevo. Observó la pantalla, aún quedaba media hora y le parecía una eternidad. O quizás no quería que llegara ese momento. Separarse completamente de él. Era difícil. Significaba cambiarse el corazón, concederle solamente un presente y nada más.
Apareció un anciano en la estación. Ya no estaba sola. Su rostro provisto de arrugas, huellas del pasado, de lo vivido, le sonrió. Sus ojos conferían ánimo, esperanza, simpatía. Un océano tranquilo, sin oleaje. Se sentó en uno de los asientos y ojeó un periódico que sacó de la chaqueta. Datado de 1975. No lo leía, su mirada devoraba las hojas. Qué hombre más extraño. 

-¿Sabe, señorita, qué Franco ha muerto?-su voz la sobresaltó. Firme y débil, tenue y decidida. 
-No señor, ¿cuándo fue?
-¿Pero usted en qué mundo vive, mujer? ¿Es qué no lee los periódicos? ¡Ayer mismo!
-Ayer no estaba yo para entarme de muchas cosas...-volvió a suspirar.
-Si me permite la intromisión, ¿por qué?
-Porque ayer estuve comiendo chocolate para ver si mi mundo volvía a sostenerse.
-¿Mal de amores, señorita?
Asintió, sonriendo tristemente.
-Muchacha, no se entristezca ni se desplome. Ese chico no te merece querida, ¡ no sabe lo que se pierde! Debe de ser un demonio, ¿cómo se le puede hacer daño a un ángel como usted? 

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