Ella. Ella era su castigo, su delirio, su éxtasis. Ella y su mirada felina. Ella y su cabellera pelirroja. Ella y sus labios de carmín. Ella, tan niña y tan mujer a la vez. Ella, su única razón para vivir. Su dosis de vida. Su única preocupación era ella. Si era feliz, él también. Si ella sonríe, sale el sol. En cambio, si ella llora, su mundo se rompe y una rabia inunda su ser. Ella congelada, temblando la esperaba sentada en su portería. Cuando lo vio, sus ojos verdosos brillaron.
-¡A buenas horas!-exclamó levantándose-. ¿No nos teníamos que ir, señorito?
-¿A dónde?
-¡A la fiesta, tonto!-nubló los ojos-. ¿Ya te habías olvidado? Si es que no puede ser contigo. ¿Qué tienes en la cabeza?Porque memoria precisamente te faltará, seguro...
La calló con un beso. Mientras, la iba atrapando con avidez entre sus brazos. Le encantaba callarla así, el punto y seguido de su frase. Se prolongó o quizás el tiempo se paró. Los besos de Claudia eran así. Pasión furia, ternura, rabia, amor... Hasta que necesitaban respirar.
-A mi me apetecen otras cosas-susurró buscando su contacto.
-¿Cómo qué?-preguntó escondiendo sus manos en los bolsillos de Pablo.
-Comerte a besos- intentó morderle, pero ella ladeó la cabeza.
-¿Y qué le dices a mis padres? Porque sino aparezco mañana para comer...
-Jugábamos a Caperucita y el lobo.
-¿Me dejas ser el lobo y tu la abuelita?
-¡No! ¿Me ves cara de abuela?-contestó, haciéndose el ofendido Pablo. Abrió la puerta.
-A veces tienes unas pintas por la mañana, cariño...
-¿Añades cariño para que me enfade menos? Con que esas tenemos... Ya verás tú que abuela estoy hecho-rió mientras corría detrás de ella. Finalmente la cogió en brazos.
-Pues que sepas que tienes una Caperucita rebelde. Va a ofrecer resistencia.
-Princesa, eres mía.
-¿Nos hemos pasado de cuento? ¿Ahora soy Blancanieves y tú un enanito?
-¿Por qué un enanito?
-Tú sabrás...-rió.
-Humor no te falta hoy, que graciosa estás.
-Cariño, ¡pero si sabes que lo digo de broma! Que es cierto que mi vida es un cuento. Soy Blancanieves, Cenicienta, Sirenita o quién tu quieras, pero no dejes nunca de ser mi príncipe. Porque sino me moriré de pena o pero aún, me haré monja.
-¡Lo que se perdería el mundo, entonces! ¿Me haces un favor?
-Dime.
-Me conformo con que seas tú. Mi Claudia. Mi cielo. Pero, ¿puedes dejar de hablar? ¡Quiero hacerte el amor y no me dejas!
-Es el riesgo que tienes que correr. Aunque a mí también me apetece jugar-rió, mordiéndole el labio inferior. Así entraron en un juego donde la noche era la única presente.
caperucita y otros cuentos
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- Hugo ha desaparecido. No ha dejado ninguna pista de su posible paradero. El detective Edward Marcori se encarga de la investigación...
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