Impuntual

Estaba oscuro. Se había vuelto oscuridad. La había perdido. Para siempre. Se marchó y dejó en su corazón un vacío que nadie más lograría llenar. La herida era tan grande que la oscuridad fue entrando en él. La quería, la amaba, la deseaba, y con locura. Pero, ¡joder!, la había dejado marcharse. Y en ese momento, se dio cuenta que su vida no tenía sentido sin ella, porque ella era su vida. Ella era como su brazo, sus ojos, su corazón... una parte más de él. Era su complemento, su mitad, su oxígeno para vivir. La necesitaba y no sabía cuánto hasta ese momento.

Era sábado, doce de la madrugada cuando tomó la decisión  más importante de su vida. Iba a ir a buscarla. Se arregló, cogió una chaqueta, dinero, las llaves y se marchó. Cruzó las calles hasta llegar a la estación de autobuses. Al ser fin de semana estaba la línea del aeropuerto disponible. Compró un billete para las doce y media. Tuvo que esperar media hora eterna. Intentó llamarla pero no le cogía el móvil.

Llegó el autobús. Subió y apoyándose en el cristal observó los coches circulando. Llegaron a la autopista. Había tráfico. Parecía que había ocurrido un accidente. Sintió algo extraño en su cuerpo.  Una menos veinticindo y no habían avanzado. Aún quedaba un cuarto de hora.

Una menos cuarto. Había llegado al aeropuerto. Salió corriendo, albergando un mínimo de esperanza. Miró a la izquierda. Luego, a la derecha. No había rastro de ella. Encogió los puños. La había perdido para siempre. Se había ido ya. Se iba a sentar. Pero vio a sus padres. Corrió a ellos.

-¿Se ha ido ya?
-Aún no ha llegado.

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